viernes, 28 de marzo de 2008

Cuando las cosas tienen que dejar de ser lo que parecen

Es impresionante como los años le van poniendo una desdicha cada vez mayor a los diálogos cotidianos que uno va teniendo a lo largo de los lunes de agosto, cuando ya no se está dispuesto a soportar siquiera un torpe costumbrismo del SUJETO parlante.
Lo pero de todo es que, inútil ante tal accionar, hasta nuestro propio organismo se vuelve tan predecible como el futuro movimiento de piernas de una cuarentona militante del partido nacional, sobre una caminadora, claro está.
Qué divertido que sería imitar a ser locos, o al menos descolgar la cordura de su perchero caduco, y escupir en la cara a quienes nos pregunten sobre el estado del tiempo en el ascensor, o más astuto aún, actuar a lo profesor Tornasol, y contestar un absurdo por que sí, sin molestarse después de mirar el rostro descolocado del sujeto parlado.
Pero por qué nosotros, los escasos lectores que soportan los caprichos de esta Columna, tenemos que ser los responsables de llevar a cabo esos accionares. Me gustaría parar un ómnibus y deleitarme con la exhibición de nalgas de un guarda ante el desconcierto generalizado de las viejas que, fieles a sus costumbres y a sus posibilidades físicas, nunca tuvieron otra que sentarse en los primeros asientos y amargarse con la tiranía radial del chofer.
Lo peor de todo es que esa suerte de reproducción autómata ha copado con un éxito silencioso y efectivo todo el recorrido de nuestros días. No conozco a nadie que, en un ataque de ira contra su colchón, haya optado por dormir sentado, tampoco quien se siente al revés en su inodoro ,y menos aún, alguno que se tome el trabajo de ingresar a un baño público y escribir las iniciales de R. Mutt con un marcador negro en cualquier urinario.
Y, aunque me cueste creerlo, la gente hace tiempo que dejó de hacer el amor con las persianas abiertas y la bosa nova a todo volumen; nadie se toma el trabajo de vomitar en la vía pública a las tres de la tarde, ni de alegrarle la vida a un bichicome llevándole un poco de licuado de ciruela a su aposento.
Y eso que a pesar de ser uno de las pocas personas que con dignidad y hasta orgullo ratifican su soltería, me he dado cuenta de que la metodología del levante (que sin ningún temor a ser considerado adónico, podría decir que por muchos años en mi vida la he practicado con éxito) se remite siempre ha los mismos aspectos, casi estructurales, parámetros que de por cierto me han aburrido y desgastado por su repetición constante y su falta de variedad (y lo peor de todo es que el éxito de uno termina por depender más de la rigidez con la que despliegue el método que decualquier otra cosa). En otras palabras, y esto sucede en los dos sexos, se termina premiando más la normalidad (que tanto aborrezco) que la singularidad.
Y así seguimos siendo nosotros, repitiendo y reproduciendo un mismo plato que ya estamos empalagados de tanto comerlo. Ingerimos los "hola, ¿todo bien?", los "bien, ¿y vos?", los "acá ando", los "¿Qué contás?", y que se yo cuántas formas inmundas de abrir la boca diciendo moscas, para tapar el vacío, lo efímero de nuestra existencia ya preestablecida y estipulada. Y es que en realidad hay muchos intereses que van a hacer cualquier cosa por evitar que contaminemos una reunión familiar con un pedo caliente ,o que nos lavemos nuestros dientes en medio de una clase de filosofía.
Sin creerme el astuto creador de esta ideología que tengo el honor de reproducir (solo actúo como mediador), ya podrán encontrar ustedes este tipo de pensamientos en algunos blogs de amigos míos o quizá entablando un diálogo con algún pordiosero de esos que cambian sus calsoncillos a cambio de alguna ración de café con leche.
Quisiera ver a los mismos que protestaron en contra del artista de Habacuc a ver qué tanto hacen por cambiar un mundo donde las luces de las calles se encienden siempre a la misma hora, o inclusome gustaría observar a los editores del diario El País, estudiando qué tantos límites se impondrán para realizar una orgía entre los tres, en un triunvirato fatal de lujuria.
No soy el primero, pero no me queda más que insistir en una lucha constante contra el racionalismo, que no solo se impone como el pensamiento por excelencia de la raza humana, sino que se declara a sí mismo como el único posible, a lo Georgito Bush con la democracia, o a lo Mario Alvarez en la mitad de la cancha de Peñarol.

viernes, 14 de marzo de 2008

Somos lo que leemos

Hasta los oponentes más acérrimos del mecanismo de la cadena de mails me enviaron un correo que trataba acerca de un artista costarricense cuya obra (llamada "Eres lo que lees") consistía en la presentación de un perro vivo, atado, en un estado deplorable y apunto de morir en inanición. Hoy en día, el artista no confiesa el futuro del perro y alega que se reserva la confesión de decir qué pasó con el animal.
Cómo no podía ser de otra forma, este hecho hizo surgir delante de cada computadora del mundo un militante fervoroso y activista (aunque sólo virtualmente) de la defensa de animales, especialmente caninos (nunca hubo ni habrá democracia con los animales; uno puede amar a un beagle con la misma pasión que baña de raid a una miserable cucaracha que se cuela por la cocina).
La militancia virtual no se hizo esperar: una cadena de mails arrasó con todas las casillas, incluso las que tienen defensa antispam y patovicas incluidos. Se creó un blog para juntar firmas en contra del artista centroamericano (¿para presentárselas a quién?), y todo una serie de medidas intrascendentes que trataron de demostrar lo horrible que puede llegar a ser el arte humano. En definitiva, un movimiento masivo pero a la vez inmaterial, más preocupado por denunciar el hecho que por tomar una partida concreta del asunto.
No descarto que hayan habido manifestaciones concretas sobre este happening, pero en esta oportunidad me voy a centrar en la crítica por internet, que indudablemente abarcó a una mayor cantidad de voces, por cuestiones de naturaleza del medio.
Voy a plantear tres focos que la masa militante ha sido incapaz de ver, no sólo por su ignorancia, sino también por su falta de perspectiva. Recordemos que este blog pertenece al PDI, así que si no les gusta el elitismo presente en esta columna, ni se molesten en leerlo, pero sepan que a la minoría privilegiada se llega por un ejercicio mental y no por cuestiones de raza ni sangre; cualquiera puede llegar a ser un Ilustre, sólo es cuestión de ponerse en práctica. Incluso creo que mi visión puede y debe mejorarse, el camino hacia la ilustración absoluta nunca cesa.
En primer lugar, la humanidad permite asesinar animales en nombre de la ciencia, pero no del arte. Esto parecería desembocar en el tras fondo del eterno debate entre disciplinas humanas vs ciencias duras, o, en otro nivel, de razón vs sensación, entre otras tantas posibles oposiciones binarias (Kant vs Descartes, marxismo vs capitalismo, Peárol vs Nacional, Scorpion vs Sub Zero, Ryu vs Ken, arroz vs ciruela, Kabal vs Stryker, Zangief vs Dee Jay, Vascolet vs Suavecito, de Vívere). El autor de esta obra termina por hacernos reflexionar, consciente o inconscientemente, hasta que punto seguimos ubicando de un lado a la ciencia y de otro al arte. Decimos que el conocimiento científico debe estar al servicio de la moral, pero nos hemos olvidado que el arte siempre se ha burlado de esa moral, que ha jugado muchas veces como elemento emergente que no hace más que ridiculizar nuestros valores absurdos, y en este hecho concreto no creo que se trate de una excepción.
En segundo lugar, y muy ligado al primer punto, el desconcierto de la gente se remite a la superflua muerte de un perrito de la calle, cuando detrás de esa indignación social, por así llamarla, se esconde una verdadera bolsa de injusticias, no sólo en la región centroamericana sino en todo el mundo. Cuando se trata de defender a los animales todo el mundo accede; de seguro muchas familias tienen su perrito tierno en la casa y es motivo de diversión para muchos hijitos. Pero cuando el problema es el hambre, las enfermedades venéreas, o los efectos del imperialismo hacia media humanidad, la militancia se disuelve como si fuera azúcar en una tasa de té. "Qué horrible", "compremos unas remeras para "unicef" y por ahí queda la cosa. Claro está que ninguno de los que participó de este pseudo evento virtual tiene de mascota a un niño de color de Sudan, moribundo de cólera y desnutrido. La lastima que sentimos por el perro termina siendo producto de la cercanía que tenemos con ellos. Es obvio que la elección de ese animal y no de otro responde a un factor de conmoción. No me imagino que alguien hubiese gastado un mínimo de esfuerzo haciendo una cadena acerca de una rata "torturada"
Si nos ponemos a pensar cinco minutos sobre el tiempo que hemos perdido enviando cadenas sobre este artista no muy afín con los caninos, no vamos a tardar en darnos cuenta que evidentemente hay alguna transgresión en nuestros valores que nos hacen valorar más a un perrito enfermo, que a un problema de la humanidad. En última instancia, los efectos de la obra del artista lo demuestran. Sería estúpido pensar que el autor de la obra no iba a poder presuponer cuáles serían éstos. Al ver un happening de esta magnitud lo primero que habría que hacer sería haberse puesto en la piel del artista, y preguntarse qué carajo quizo reflejar.
Incuso el mecanismo de la cadena no hace más que ir en contra de su propio objetivo; se termina haciendo famoso al artista en todo el mundo, y también se termina generando varias opiniones a partir del hecho. No creo ser el único en reconocer al artista y en defenderlo y todo gracias a una cadena que, en última instancia, termina por colaborar para que el artista sea más famoso en todo el mundo, y por tanto, más reconocido. Quien quizo sabotearlo debío enterrarlo en el olvido, mostrar su mayor indiferencia frente a un hecho que trató con éxito de provocar a los espectadores.
En tercer lugar, el artista no mató al animal, solamente "lo dejó morir" (eeste punto también será rebatido después). Mismo rol tuvieron en definitiva los que asistieron a esa exposición. Quienes alguna vez tocamos un libro de arte sabemos que los movimientos de la segunda mitad del siglo XX se caracterizaron por una fuerte invitación a la participación del espectador en la obra, cuando esta última no trató de provocar la indignación de quienes la miraban. Después de todo, esta obra parece ser un caso más de esta situación comunicativa entre espectador y artista, pero también trata de demostrar al mundo del arte cómo el público a veces no reacciona ante su objeto; el artista estaría tratando de demostrar que el arte no tiene tanto feedback como cree tener.
Además, si hay algo que queda en claro es la hipocresía del público: se queja de la naturaleza de la obra de arte, pero nadie hizo nada por cambiarla, al menos, dentro del museo. En última instancia, muchos de los que creen opinar sobre arte siguen teniendo esa concepción de arte del siglo XVIII, en que la obra se mira y no se toca, sólo está para ser contemplada. El público, muy activo para quejarse, pero muy pasivo para hacer que ellos mismos hubieran considerado útil, termina siendo una especie de pseudo referente de la obra, que no hace más que desnudar la hipocresía del mismo.
Misma situación pasa con quienes participan en la cadena de correo electrónico: una forma barata de lavarse la conciencia. Quien pretenda defender los derechos de los animales tendría que inscribirse en una liga defensora de animales o al menos tratar de invocar al Capitán Planeta. Sin embargo, la masa indignada ha optado por enviar una cadena de correo electrónico (el mecanismo más desprestigiado para trasmitir información), algo que de seguro les cuesta no más de 2 minutos y les purifica su conciencia, cuando en realidad no han hecho ni lograrán absolutamente nada. La analogía existente entre el proceso de quienes participan virtualmente de la protesta y quienes contemplaron la obra en el museo es total.
Hasta aquí he escrito algunos pequeños detalles que la obra nos hace reflexionar, siempre y cuando nos pongamos a pensar un poquito más allá del animal y tratemos de ver elementos que subyacen en nosotros mismos, es decir, en la reacción humana. Pero para que la obra se complete es necesario la acción humana y veamos por qué. Vayamos entonces a una explicación de la obra, bastante sencilla para quien se propone pensar críticamente.
Si se analiza la obra en relación a su título ("Eres lo que lees"), es perfectamente entendible el derecho del artista de reservarse el estado actual del perro (¿Vivo o muerto?), como sus declaraciones que confirman que el perro de alguna manera está vivo porque vive en nosotros. El discurso que legitima la obra es bien sencillo. Es más, hasta diría que está gastado. A mí entender, el título hace referencia a la forma en como leemos un fragmento de lo que pasó con el perro. A partir de lo que lo que se pudo ver, el público termina por construir su propia historia de lo sucedido, aún no sabiendo qué fue lo que sucedió con el perro. A partir de lo que "leyeron" de la obra, todos lo creen muerto, y todos suponen que estaba enfermo. La obra afirma que el público se determina con lo que vio y prueba de ello es la cadena de correo electrónico que me ha llegado. En definitiva, el espectador, a partir de lo que ve (o de lo que lee en su correo electrónico), inventa una historia que vive en él. Obviamente que la verdad sobre la actualidad del perro no importa, si lo único que interesa es la historia que vive en nosotros a partir de lo que vimos.
En definitiva, cuanto más nos quejemos y más escándalo hagamos sobre lo acontecido en la obra, más justificada quedara ella. En tanto que más exitosa habrá resultado, más vivirá lo que vimos, independientemente de lo que en realidad pasó. Parece que en última instancia la obra contiene la estructuraa de una crítica a los medios, es decir, de su forma de construir la realidad. Con el tiempo y con su acostumbramiento a estos, la mente humana no ha hecho más que reproducir esa forma de comprender lo que pasa alrededor nuestro. Lo que no nos imaginamos es que entre lo que verdaderamente pasó y nosotros, el intermediario tiene el poder de mostrarnos lo que quiera, y cual si fuera un lector modelo, nosotros damos por sobreentendido el resto.

jueves, 13 de marzo de 2008

Intermediario

El teclado tiene una determinada cantidad de teclas; todo lo que yo o cualquier persona pueda escribir en un blog ya viene determinado.

miércoles, 12 de marzo de 2008

La espacialidad de la política

La costumbre de los políticos del siglo XX y principios del siglo XXI radica en ubicarse en un mapa unidimensional de posición. Este esquema, en última instancia, no sólo se ajustaa ellos, sino que también lo es hacia cualquier tipo de personas, e incluso es la única forma de resumir la realidad que utilizan los politólogos.
La unidimensionalidad se codifica a través de los polos "derecha" e "izquierda"; se caracteriza a su vez por proponer un centro democrático y extremos identificados con modos de ejercer el gobierno autoritarios.
¿Por qué la política tiene que estar sujeta a esa unidimensionalidad? ¿No será posible establecer un marco bidimensional que redefina el listado tanto de posibilidades como de métodos de análisis?
Adiestremos nuestro ojo crítico de forma ilustre...

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