lunes, 5 de julio de 2010

Voyeurismo de vivienda

La manera más interesante de entender la esencia de una persona es estudiar su forma de perder el tiempo. Algunos se ponen a ver la tele, otros leen, muchos se tocan, unos pocos escriben, y los amantes de la gula atacan la heladera. A mí me gusta caminar. No es que no haga ninguna de las otras opciones que enumeré, pero no hay nada que disfrute más que andar por la calle escuchando algún disco de música –que nunca es el mismo, tengo obsesivos sistemas de no elección para evitar una repetición- mientras miro a la gente, descontextualizada de sus sonidos, de sus voces, sus ambientes. Sólo así adquiero una objetividad inútil para ver las cosas, tan solo atenuada por el disco de turno.

Más divertido aún que ver a la gente, es ver el interior de las viviendas. Uno no puede ser la cara que ve, porque no se ve su propia cara. Pero sí puede imaginarse cómo sería su vida si viviera en la casa cuyo cuarto es vulnerable al ojo del transeúnte. Una pensión llena de viejos y un monumental cuadro de una plaza española bombardeada por un diluvio, un apartamento de decorado minimalista en los primeros pisos de un edificio de Pocitos, una vieja casa del Cordón, con claraboya, pocas ventanas y muebles reciclados. A todas las mirás por no ser tu casa, a todas las comparás con tu casa, el lugar donde comes, dormís, tenés sexo y también podés irte por el caño tranquilo.

Hay otro estado de las cosas que es aún más difícil de llegar, que es al de las normas implícitas que rigen en cada una de las casas. Esto ya no pasa por lo visual ni por nada sensorial. Para conocerlas hay que convivir con esas paredes. Esas normas son las que moldean a la casa y también tienen mucho que ver con su apariencia y aura. La cosa no es sólo un ínfimo detalle decorativo, sino una institución invisible, pasmada en la disposición de las paredes, los muebles y los electrodomésticos.

Por ahí las casas y sus reglas hacen más a la vida de la persona que su propia cara, que no es otra cosa que el azar de la genética. Espero no ser el único en sufrir de este curioso voyeurismo, que es base de muchos otros más que padezco. Pero lo cierto es que esto hace que yo no pueda conocer bien a una persona, hasta pronto no vea como es su casa.

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